sábado, 16 de abril de 2011

1820-21: La desconocida primera expedición chilena a la Antártica

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sábado 10 de abril de 2004



La famosa escampavía “Yelcho”. La misión de rescate de la expedición Shackleton que ella emprendió, al mando del piloto Luis Pardo, había sido hasta ahora la primera presencia registrada en el continente antártico.

Por Piero Castagneto

Desde la Antigüedad al menos se sospechaba de la existencia de una tierra firme en el extremo sur del mundo, aunque ello tenía más de mito que de certeza; desde el siglo XVI, y en base a las primeras exploraciones que se aventuraron en aquella zona austral, los cartógrafos describían aquel supuesto continente con la vaga denominación de “Terra Incognita Australis” o términos parecidos. Sólo desde fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX comenzaron las primeras exploraciones que realmente recorrieron, aunque fuese sólo bordeando su costa, el continente helado.

Lo que hasta ahora no se había difundido es que, entre las expediciones enviadas por las marinas de las grandes potencias, también debe contarse un viaje organizado en Chile, que partió desde Valparaíso, por añadidura, que resultó en un hito de importancia hasta ahora no reconocida. Esta falta la ha querido reparar el historiador y funcionario diplomático Jorge Guzmán Gutiérrez, en un trabajo de investigación recientemente publicado de forma resumida en la revista “Diplomacia” Nº 95.

Autores nacionales importantes que han escrito sobre la Antártica y las pretensiones chilenas, como Armando Braun Menéndez y Oscar Pinochet De la Barra, no lo mencionan, y la razón es explicable: los datos que existen sobre nuestro personaje, el comerciante escocés Andrew Macfarlane, son escasos y dispersos, hasta el punto que se ha producido una confusión sobre su identidad, como veremos enseguida.

El momento en que este personaje aparece en la escena chilena y austral es cuando el proceso de emancipación chileno se encaminaba hacia su etapa final, y Macfarlane arribó a nuestro país a mediados 1819 como capitán de un mercante, y fue contratado por el naciente Gobierno nacional como oficial de marina al igual que otros de sus otros colegas y compatriotas, entre los cuales descollaba Lord Cochrane.

Andrew o Andrés Macfarlane estuvo en servicio en la Armada de Chile hasta enero de 1820, momento en que se avecindó en Valparaíso junto a su hijo Robert, y se volcó a la actividad comercial. Esta fecha es significativa, ya que marca el momento aproximado en que parte el asentamiento de empresarios y comerciantes extranjeros –sobre todo británicos- que hallaron en este puerto una plaza que se acababa de sacudir de las restricciones al libre tráfico establecidas por las autoridades españolas.

Este era un lugar que prometía iniciar un proceso que, efectivamente, llevó a cabo, hasta convertirse en uno de los más importantes emporios del Pacífico Sur. Y este favorable clima a la actividad emprendedora y lucrativa llevaría, de forma imprevista, a consecuencias de otro tipo, referidas al conocimiento de aquella “Terra Ignota”.

Tierra apenas divisada

Para ese entonces, ¿qué se sabía en concreto? No mucho, a decir verdad.Por ejemplo, después del descubrimiento por parte de la expedición de Fernando de Magahlaes (Magallanes) del Estrecho que lleva su nombre, en 1520, por un tiempo se pensó que la tierra situada al sur del mismo era un gran continente, es decir, la Antártida o Antártica: la tierra opuesta al Artico.

En 1578 la expedición corsaria del almirante británico sir Francis Drake hace su travesía al sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego, demostrando así que la condición de este territorio era, precisamente, insular y el mar por donde ellos pasaron fue llamado Mar de Drake, aunque estos marinos no estuvieron en condiciones de saber qué territorios había más al sur.

Una década más tarde, en septiembre de 1599, una flotilla de cinco naves holandesas que navegaba por aquellas latitudes enfrentó un temporal que la hizo dispersarse y luego perecer trágicamente, con excepción de una de ellas, al mando de Dirick Gherritz, que divisa, en la latitud 64º sur, una tierra alta, de montañas cubiertas de nieve, “como el país de Noruega”. Después, se dedujo, estos navegantes habían divisado una de las islas Shetland del Sur, perteneciente a la órbita antártica.

Desde entonces se conoció en Europa la existencia de una tierra aún más austral que el extremo sur de Sudamérica, pero nada más se sabía de ella y, como ya hemos dado a entender, la cartografía de la época agregaba, a las limitaciones e imprecisiones que le eran propias, una dosis de imaginación. Además, desde aquellos holandeses de fines del siglo XVI se abrió un largo paréntesis de casi dos siglos.

En sus expediciones de 1772 y 1775, el famoso explorador británico James Cook, al mendo de su no menos célebre buque “Endeavour”, navegó por la zona del Círculo Polar Antártico, aunque sin avistar el continente. Otro famoso pionero, el capitán ruso Fabian (Faddei) von Bellingshausen, quien comandaba la expedición de los buques “Vostok” y “Mirnyi”, que en enero de 1820, divisaron la costa del continente Antártico, aunque sin darse cuenta de que se trataba de tal.

Valparaíso y la Antártica

El investigador Jorge Guzmán Gutiérrez dedica un apartado a la vinculación entre Valparaíso y el descubrimiento del archipiélago de las Shetland del Sur que, como se ha dicho, forman parte de la geografia antártica. Ello ocurrió en febrero de 1819, y los primeros en divisar una de estas islas fueron los marinos del mercante inglés “William of Blyth”, que cruzaba el Cabo de Hornos rumbo al Pacífico, y cuyo capitán, William Smith, comunicó la noticia apenas arribó a Valparaíso.

El capitán de la “Royal Navy” William Shirref, quien se encontraba al ancla en esta bahía al mando del H.M.S. “Andromache”, pareció no darle crédito, aunque sí hubo interés entre los comerciantes británicos de la plaza; posteriores viajes confirmaron el hecho como cierto.

La razón del posible interés de estos hombres de negocios radicaba en que, junto con los exploradores, había empezado a pulular en los mares antárticos, buques que perseguían otros fines: la cacería de focas, lobos marinos y otras especies similares, cuyo radio de acción se extendía entre la costa patagónica e islas australes como Diego Ramírez y las Malvinas: Eso sí, en lo que se refiere al “continente blanco”, estos “foqueros” incursionaron siempre en las islas que circundan a la Península Antártica, posteriormente bautizada por Chile como Tierra de O"Higgins, nunca en el territorio continental propiamente dicho.

El principal centro de cacería antártico eran las ya citadas islas Shetland que, siguiendo el relato de Armando Braun Menéndez, eran frecuentadas por estos buques aún antes de su descubrimiento oficialmente registrado.

El hecho es que la obtención de piel, carne y grasa de dichos mamíferos marinos, lo que se dió en llamar el “primer ciclo antártico lobero”, apareció por esta época como un nuevo rubro a explotar por parte de los emprendedores porteños. Comenzaron a armarse varias expediciones, la tercera de las cuales fue la de Andrew Macfarlane.

El buque que comandaría era el bergantín de 167 toneladas “Dragón de Valparaíso”, antes británico y llamado “Dragon of Liverpool”, vendido a un grupo de comerciantes de Valparaíso; no hay certeza, aunque sí la posibilidad, de que estuviese incluído el propio Macfarlane, quien para ese entonces ya era un experimentado capitán de unos 40 años.

Loberos descubridores

La expedición lobera del “Dragón” zarpó de Valparaíso con rumbo sur el 12 de septiembre de 1820, y se estima que alrededor de cinco o seis semanas después, llegó a las islas Shetland, a esas alturas destino ya habitual de los buques loberos. Ahora bien, los datos claves que hacen importante su viaje no provienen de registros de esta expedición, sino del diario del comandante de otro barco, con el que el bergantín de Macfarlane se encontró en Isla Decepción, el 16 de diciembre de 1820.

Dejó escrito el capitán Robert Fildes, del “Cora of Liverpool” que “una chalupa ballenera perteneciente al bergantín Dragón de Liverpool, últimamente de Valparaíso, atracó a nuestro lado; había estado siete semanas en la costa y había obtenido 5 mil pieles de focas”.

Describiendo la citada isla Decepción, este capitán anotó también: “A media milla de la entrada en un día claro se podrá tener una buena vista de la tierra hacia el Sur, la cual aparece cubierta de nieve, aquí y allá manchas negras en las cuales las rocas aparecen. El capitán Mc Farlane del bergantín Dragón, un hombre muy inteligente, me dijo que había desembarcado allí y que había hallado leopardos y elefantes marinos, pero no focas”.

Para evaluar la importancia de este testimonio nos remitimos a otra cita, esta vez del investigador de esta expedición Jorge Guzmán Gutiérrez: “Se trataría, en consecuencia, del primer desembarco registrado en el continente antártico, más exactamente en el sector occidental de la Península, luego que en los meses inmediatamente anteriores el propio Macfarlane y otros loberos recorrieran arduamente el Archipiélago de las Shetlands del Sur. Así entonces, el honor de haber sido los primeros en pisar el último de los continentes quedaría reservado para estos pioneros de Valparaíso”.

En efecto, se trataba de una expedición que había sido organizada y había partido de este puerto, con tripulantes donde de seguro habría chilenos, y financiada con capitales ingleses, pero asentados aquí. El “Dragón”, ya matriculado en Valparaíso, formaba parte de la marina mercante chilena y el capitán Andrew Macfarlane, quien había servido en la Armada de nuestra naciente república, es un prototipo de la época, el del “gringo achilenado”, ya que se radicó en nuestro país, donde dejó descendencia hasta el día de hoy.

De esto se desprende otro punto de importancia a la vez que de controversia, puesto que hasta ahora se ha estimado que la expedición comandada por el capitán norteamericano John Davis fue la primera en tocar territorio antártico continental, en febrero de 1821, y ahora se estima que la expedición Macfarlane habría estado en aquella zona hacia fines de noviembre o principios de diciembre de 1820. En consecuencia y a la luz de este hecho ahora sacado a la luz, los argumentos y títulos en los que se basan las pretensiones chilenas sobre la Antártica mejorarían muchísimo.

Un contexto que cambia

Pero el destino haría de Andrew Macfarlane un personaje oscuro y mal conocido por mucho tiempo. Incluso una placa conmemorativa de su travesía, colocada en la bahía Yankee de la isla Greeenwich, en el verano de 1988-89 por los gobiernos chileno y británico, lo identifica equivocadamente con el nombre de Robert. Este podría ser su propio hijo, ya mencionado, o bien, otro súbdito escoces, conocido por haber administrado propiedades que Lord Cochrane tenía en Quintero, tarea a la que estaba dedicado en la fecha de la expedición, lo que por sí solo basta para evidenciar el error.

Después del “Dragón”, las expediciones y/o visitas de cazadores comenzaron a aumentar. Entre las primeras, las de James Weddell (1820-24), Jean Dumont D"Urville (1837-40), James Ross (1839-43), Carl Larsen (1893-94) y Otto Nordenskjöld (1901-03) son sólo algunas de las más célebres. Esta última fue rescatada por el comandante argentino Julián Irízar al mando de la corbeta “Uruguay”, con lo cual sería, hasta ahora, el primer explorador sudamericano en aventurarse en el continente austral.

Siguió la dramática pugna por la conquista del Polo Norte entre las expediciones del británico Robert Scott y el noruego Roald Amudsen, que resultó en la llegada a la meta de este último, el 17 de diciembre de 1911 y la muerte de hambre y frío del primero, el 18 de enero de 1912. Poco después se haría célebre su compatriota, sir Ernest Shackleton, una de cuyas expediciones se vio atrapada por los hielos hasta ser rescatada por la escampavía “Yelcho” de la Armada chilena, al mando del piloto Luis Pardo, en agosto de 1916.

Esta célebre obra de salvamento se ha considerado por décadas la primera expedición chilena de forma previa a la aparición de los antecedentes sobre el capitán Macfarlane y su bergantín. No existe certeza de que este navegante escocés y los suyos hayan tenido conciencia de la importancia de su travesía, señala Jorge Guzmán Gutiérrez, pero a continuación destaca: “Por lo pronto, Andrés Macfarlane, su tripulación y su barco el “Dragón de Valparaíso”, deberían ir ganando un espacio más amplio en la historia de Chile”.

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