sábado, 13 de noviembre de 2010

El minero que cantaba canciones de amor

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REVISTA SÁBADO
sábado 13 de noviembre de 2010

Se hizo famoso porque dos mujeres lo esperaban en la superficie. Pero lo que vivió Yonni Barrios allá abajo, atrapado 69 días en la mina San José, ni él lo puede explicar: no sabe cómo aprendió tan rápido a ser el enfermero del grupo ni cómo logró sobrevivir. Admite que hubo conflictos y que al final ya no sentían ni hambre, y critica a los rescatistas. A un mes de regresar a la libertad, ésta es su entrevista más sincera.

Por Arturo Galarce
Sale de un taxi cargando dos bolsas plásticas y con sus lentes de sol pegados a su rostro de piedra. Y de la nada, como arrojados por una fuerza superior, un puñado de personas se arrima a su figura enclenque demandando atención. Le preguntan cómo está, cómo le fue, cómo se ha sentido; lo mismo una y otra vez. Él está de pie. Quieto. Con una serenidad indeleble que lo obliga a lanzar un gesto de compasión que todos, para su suerte, interpretan como el mejor momento para dejarlo en paz. Son las siete y media de la tarde de un jueves. Yonni Barrios regresa del supermercado.

Ahora el minero está sentado en el living de su casa, la de Susana, su pareja. Su mirada se pierde siempre en algún lugar del paisaje rocoso que asoma por la ventana. Sin mediar palabra deja correr una voz delgada y monocorde. "¿Usted quiere saber sobre la mina, cierto?... Ya, en esa mina, yo le voy a decir, pasaron cosas muy extrañas".

Estamos en la población Juan Pablo II, al filo de los cerros, en lo más alto de Copiapó: un laberinto de calles empinadas y casas construidas con pedazos de lo que hubo a mano. Barrios luce cansado. Se le nota, viéndolo cómo estira y mira fijamente esa cruz que pende de su cuello y que no sabe cómo llegó ahí. En la mesa hay un Ipod, y un lápiz de cobre macizo donde se lee Codelco. En el resto del living hay fotos, muchas fotos; un computador, y un altar improvisado con todos los recuerdos que han recopilado de las últimas reuniones con autoridades. También hay una Biblia, ahí mismo, y la réplica de la Fénix II que les regalaron en La Moneda.



La vista abierta hacia el comedor deja en primer plano a Susana, que desempaca las bolsas del supermercado. Ahí, al fondo, sobre un mueble viejo, reposa el casco azul con el que Yonni salió de la mina. Lo tiene ahí, aclara, sólo porque tuvo que llevarlo el último día por su seguridad, y no como recuerdo. Porque de esa mina no quiere recuerdos. No quiere ninguno.

Y por eso habla, dice. Para olvidar.

¿Sospechó algo ese día cuando estaban allá abajo?

-Sí, yo sospeché. Cuando íbamos a empezar a trabajar, justo ese día hubo problemas en ese sector. No cayeron planchones, sino lo de siempre, no más: los crujidos.

Se detiene unos segundos. Da un suspiro y pierde otra vez la mirada.

-Ahí, en esa mina, los últimos crujidos eran muy frecuentes. Uno tras de otro, uno tras de otro.

-¿Tuvo algún accidente previo en la mina?

-Sí, una vez una piedra me golpeó la espalda, pero me salvé. Antes, sí, hubo muertos. Yo muchas veces informé en los repor -así llama a los reportes que entregaba regularmente a sus jefes- que había explosiones de rocas, pero no me creían. Yo las vi. Vi rocas reventarse. Rocas grandes. Se cortan de tal manera que quedan como cuchillas. Cuando yo renuncié una vez a esa misma mina había informado muchos años de que había problemas de explosión de rocas. Y después, mis repor los encontraba botados en la basura. Se los pasaba al mismo Carlos Pinilla, que era jefe de operaciones. Después los empecé a pasar directamente a la administración, pero tampoco hicieron caso.

-¿Quisieron salir antes del derrumbe?

-No le puedo decir. Pasaron cosas, pero no le puedo decir.

-¿Intentaron salir?

-Sí.

-Pero hay una mano más fuerte, ¿no?

-Sí. Claro.

Silencio.

"YONNI, NO ME DEJÍS MORIR ACÁ ABAJO"

Un resumen dirá lo siguiente: que Yonni Barrios Rojas nació el 11 de diciembre de 1959 en Illapel, al sur de la Cuarta Región. Que antes del accidente pesaba 87 kilos y ahora no llega a los 70. Que es Sagitario y que no cree en los signos. Pero que sí cree en Dios, a su manera, claro. Que es hijo del matrimonio entre un minero y una dueña de casa enferma de diabetes y asma. Y que lo poco que tuvo durante la niñez lo compartió con sus nueve hermanos. Que se retiró del colegio en segundo medio. Que la pasó muy mal en el colegio.

"No me gustaba el colegio. Y es porque a mí me dio muy fuerte el acné cuando niño y por eso andaba puro aislado", cuenta, mientras se repasa el rostro con las manos. "¿Suerte con las mujeres? ¿En esa época? No había ninguna posibilidad. Yo era rechazado por la gente. Por los profesores también. Mis papás sabían, pero en ese tiempo la gente era muy ignorante y no se preocupaba de esas cosas. Dejaban que uno se vendiera como fuera. Esa etapa me ayudó mucho ahora, porque un aislamiento es como estar encerrado. Es casi lo mismo. Así que no se me hizo difícil. Y el asunto de ayudar a mis compañeros cuando estaban enfermos, tampoco se me hizo difícil. Tuve que recordar cosas de cuando era niño que me sirvieron.

Yonni se refiere a los días en que debía cuidar las enfermedades de su madre, y a quien se le hizo difícil abandonar cuando llegó con lo puesto a Copiapó, en el 84, en busca de un trabajo en minas.

-Usted dice que pasaron cosas extrañas allá abajo. ¿A qué se refiere con eso?

-A que se me hizo tan fácil ayudar a mis compañeros. Como inyectarlos, como sacarles muestras de sangre, que yo nunca había sacado. Se me hizo muy fácil esa parte. Y eso me parece tan extraño, porque no sé cómo lo aprendí tan rápido. Porque cualquier persona que no tiene mucha práctica en esas cosas se le complica. Yo pienso que eso fue algo como de ayuda de Dios. Así pienso.





Yonni contiene las lágrimas.

-Lo que pasa es que había una persona con todos los síntomas de apendicitis. Y una persona con apendicitis allá abajo era muy complicado. Yo le saqué muestras, le hice los exámenes que me indicó el médico. Él, desde arriba, me dijo que esta cosa se nos estaba complicando y que si esta persona seguía así iba a tener que enviarme los instrumentos para que lo abriera, no más. Él me iba a estar indicando todo lo que tenía que hacer desde arriba. 'Tú tenís que sacarlo no más de la parte húmeda y llevarlo a una parte más seca para que no se vayan a infectar las heridas que van a quedar después de la operación', me dijo.

-¿Cómo se tomaba esa responsabilidad?

-Era una tremenda responsabilidad. Lo bueno era que mi compañero que estaba con ese problema, me dijo a mí... me dijo... 'Yonni, no me dejís morir acá abajo'. Me dijo que quería salir vivo de ahí y que si tenía que operarlo, que lo operara. Al final se curó sólo con el tratamiento. Eso también es extraño, porque, según el doctor, con esos medicamentos, si era apendicitis, no se iba a curar, y que eran solamente para calmar los dolores que tenía.

17 DÍAS DE ESPERA

Hubo días sin ninguna señal. Días en que la incertidumbre calaba hondo, al ritmo de las sondas que penetraban la tierra sin fortuna. Entonces Yonni elegía apartarse del resto de sus compañeros con la excusa de cargar su lámpara en la batería de un camión, galerías más allá. Pero en realidad caminaba. Y cantaba solo, en la oscuridad, la misma canción de Demis Roussos. La de siempre:
"Si tengo que morir, querré que estés allí / Sé que tanto amor, me ayudará a descender al más allá / Entonces diré adiós sin miedo y sin dolor / En la soledad reviviré los años de felicidad".
Lo hacía pensando en Susana. Pensando en que jamás volvería a verla, especulando con ese día en que una cámara bajara hasta ellos para encontrarlos a todos ahí. A todos muertos.

-¿Tuvo miedo de morir?

-No. La mayoría no. La mayoría esperaba, no más. Algunos trataban de hacer que las cosas se alargaran más con la esperanza de que nos iban a rescatar. Pero la mayoría esperaba, hasta donde llegáramos no más. Que pasaran luego los días y se terminara todo. Sobre todo en ese tiempo yo pensaba en mi mujer, porque yo sabía que iban a terminar mal las cosas. Así que pensaba más en ella. De que iba a ser desesperante cuando nos encontraran a todos muertos. Iba a ser una cosa muy fea. Uno rezaba para que llegara luego el rescate. Yo le decía a Dios, tengo cosas que hacer todavía, no me llevís, todavía. No me voy a ir contento si me llevái ahora.

-¿Cómo se desenvolvía usted durante esos 17 días?

-Yo no necesitaba tanto apoyo. Había compañeros que estaban mal y se desesperaban. Yo sabía lo que estaba pasando. Yo estaba dispuesto a cualquier cosa. Algunas cosas las conversábamos, pero no como las otras personas que necesitaban que alguien les subiera el ánimo. Yo enfrentaba no más la situación.

-¿Había personas que querían que la situación acabara?

-Algunos agradecían haber quedado vivos, pero otros, los que pensaban distinto, se preguntaban por qué quedamos vivos, por qué no nos pilló el cerro y nos mató, por qué quedamos vivos para morirnos de hambre.

-¿Era posible controlar el miedo de todos?

-No, casi no se hablaba mucho. No se hablaba del problema porque... el problema era ver que todo era inútil. Por eso no se hablaba. Durante esos días no había cómo curar alguna herida, entonces nos cuidábamos para que no pasara ningún accidente. Se buscaban las partes más seguras para transitar. Cuando salían a distintas partes siempre iban tres o cuatro acompañándose.

-¿Había peleas?

-No. Había discusiones y eran más bien por los cálculos que se hacían, de cuánto se iba a demorar la sonda en llegar abajo, o dónde iba a romper, o dónde la tiraron. Empezaban a calcular, una hora, dos horas, cuatro horas. Era una lucha entre pesimistas y optimistas. Yo le tiraba un poco pa' los dos lados. Aunque a veces me ponía pesimista. Había otros que eran demasiado positivos, y decían que como fuera íbamos a salir de ahí. Los pesimistas se quedaban dormidos, no más, no escuchaban mucho... Las otras discusiones era cuando hablaban de comida. Hablaban de que tenís que ir a tal parte, pa' comer esto, esto otro. De empanadas de kilo, hablaban. Los del sur decían que comían cordero al palo, decían qué rico, con ensaladita. Hablaban del curanto. Yo escuchaba no más. No me enojaba, pero otros sí se enojaban.

-¿En qué estado de salud estaban?

-En esos días estábamos en un punto de desnutrición muy alto. Estábamos muy débiles, así que ya no buscábamos ninguna alternativa. Era tirarse en el suelo, no más.

Dos gatos pelean sobre el techo de la casa haciéndola temblar como una maqueta. Chorros de sol anaranjado entran por la ventana.

-Si hubiéramos sentido hambre durante ese tiempo habría sido distinta la cosa. Pero como no se sintió, era esperar no más. Los cuerpos se debilitaban, pero ya sin hambre. Si teníamos que morirnos de hambre, nos moríamos no más de hambre. Para el final pensábamos en dejar agua cerca de uno no más, porque después no nos íbamos a poder parar. Era esperar a que pasara el tiempo. Y el tiempo se hacía tan largo. Yo esperaba que el tiempo pasara. Yo decía que ojalá pasara luego, para qué esperar tanto tiempo. Que se hiciera corto. Pero uno no puede manejar esas cosas. Estábamos entrando a una etapa de agonía. Los últimos días intentaba pararme y llegaba hasta cierta altura y todo empezaba a girar. Después tenía que volver a sentarme de nuevo. En ese estado ya ni siquiera se piensa. Solamente uno piensa que ya está muy decaído el cuerpo, de que se está acabando. Pensar en que faltaba menos era un alivio. Era una tranquilidad porque ya no se podía hacer nada más.

-¿A pesar de oír las sondas?

-Las sondas pasaban por las orillas, y nunca llegaban. Después nadie se preocupaba ya de esas cosas. Si rompía, rompía, si no, no... Yo sabía que había errores en los planos de la mina, porque a uno de los ingenieros que fueron a hacer los planos una vez le pregunté si faltaba poco para llegar al nivel 0. "No", me dijo, "cuando lleguen al nivel 0 van a faltar todavía 90 metros para llegar al nivel 0. O sea, que había un error de 90 metros. El plano está mal hecho y hay que volver a hacerlo, y eso va a durar harto tiempo. Tienen que contratar a otro topógrafo para hacer un plano nuevo, pero eso no lo van a hacer nunca, porque siempre están economizando". Por eso yo sabía que las sondas no iban a llegar, porque todas llegaban 90 metros arriba. Usted vio que el curso de la sonda que llegó no va así recto, tiene una curva, y esa curva, ¿cómo se hizo? ¿Cómo se hizo esa curva para que llegara exactamente ahí dónde llegó? No fue casual. No fue suerte. Fue como si alguien la tomó y dijo: esto tiene que llegar hasta acá.

-¿Qué cosas echaba de menos en ese entonces?

-Un buen baño. Una conversación con gente de afuera. Ver otras caras. El sol, también, porque todos los días cuando despertábamos era oscuro, oscuro, oscuro. También los sueños eran bien tristes... de repente uno estaba soñando cositas de acá afuera y después despertaba y estaba metido allá adentro. Soñaba que estaba a la orilla de un río, corriendo agüita, todo verdecito, y después despertaba, y ahí estaba.



-¿Cómo eran los últimos días antes de que llegara la sonda?

-Los últimos días la gente ya no se podía parar. Y el que se paraba le costaba mucho. Algunos deliraban. Tenían que calmarlos. Gritaban mucho. De terror. Siempre estaban con gente al lado. Uno al lado del otro, siempre. En una especie de círculo. Había personas a las que cuidábamos más, pendientes de que si se movían iban dos o tres detrás de ellos para cuidarlos de lo que pudieran hacer. Era una precaución.

"Esta persona está más débil, pensábamos; esta persona está más depresiva. Ésos se veían distintos, no les importaba ni una cosa. Por eso les preguntábamos adónde iban y los seguíamos cuando se movían".

DIOS, UNA SONDA

Oscurece sobre Copiapó. Susana fríe empanadas de camarón queso en la cocina y cuenta que las trajo desde Huasco. Que ahí estuvieron hoy después de una cita con el alcalde de Vallenar. Pasearon por la playa, se abrazaron, y rozaron el mar con los pies desde el muelle comiendo empanadas de mariscos. Almorzaron pescado frito en un local de la caleta, y cuando la dueña quiso regalarles la comida, Yonni la detuvo: "Señora, este es su trabajo", le dijo. "Y su trabajo vale".

-¿En qué estaba usted cuando llegó la sonda?

-Yo estaba cargando mi lámpara en la batería de un camión. Estaba en eso y el ruido ya era muy fuerte. Esta cosa va a romper por aquí, un poquito más arriba, dije. Y de repente todo se llenó de vapor y ahí salieron todos corriendo. No sé de dónde sacaron fuerzas, porque ya estábamos todos botados. Se fueron corriendo para allá, yo terminé de cargar mi lámpara, la armé y después me acerqué. Estaba todo alterado. No me gustaba eso.

-¿Qué pasó luego cuando les dijeron que el rescate iba a tardar tanto?

-Nos preguntábamos por qué tanto tiempo. Y eso ponía un poco tenso el ambiente. Evitábamos alargar conversaciones, si alguien decía que esto era blanco, era blanco no más. Así aprendí a no tener discusiones con nadie. Además que yo tenía que estar bien con todos, porque a todos tenía que atenderlos.

"Cuando llegó el último escaneo, sí, ahí ya se pensaba en el día, en lo que se iban a demorar en encamisar. Y eso ya era pensar en horas. Todo era mejor. Eran buenos días. No había discusiones".

-El día del rescate, ¿qué sintieron cuando asomó el primer rescatista?

-No, mire, yo soy franco pa' decirle: nosotros no necesitábamos un rescatista. Nosotros queríamos salir luego, y cada uno estaba preparado. Que mandaran tanto rescatista era solamente para demorar las cosas. Nosotros allá abajo nos manejábamos con más rapidez y ellos no estaban preparados. Era que nos mandaran de arriba lo que se iba a ocupar y nosotros lo instalábamos, cerrábamos la puerta, y pa' arriba altiro. Los rescatistas hicieron lo que pensábamos hacer nosotros abajo, pero mucho más lento. Era raro. Eran viajes donde podría haber ido otro viejo más pa' arriba, libre".

-¿Hubo algún instante complejo durante el rescate?

-Cuando empezó a salir la primera persona comenzó a hacerse un poco más rápido. El problema era la cápsula que de repente daba sus problemas, sobre todo en la puerta, que había que acomodarla bien. Era un problema abrirla y cerrarla.

-¿Es posible sacar algo en limpio después de esta experiencia?

-No, mire, en realidad las cosas no están claras. Por ejemplo, nosotros hemos hablado con psicólogos y nos dijeron que habíamos sido un caso único en el mundo, que ellos han tratado de recopilar datos de una situación similar, y no la hay. Dijeron que tal vez iban a llegar psicólogos de otras partes del mundo, y que con los resultados de ellos seguramente vamos a tener una respuesta. Por el momento es muy pronto para saber qué se aprendió, qué enseñanza dejo toda esta cosa. Debe haber gente más especializada que pueda decirnos qué se aprendió de todo esto. Yo lo único que me he fijado en mí es que he perdido la tolerancia, he perdido la calma. No puedo esperar a nadie. Estoy ansioso. Aunque sea el Presidente de la República, sea quien sea, no espero.

Pronto el grupo completo de 33 mineros se encontrará por primera vez en una sesión psicológica donde hablarán sobre todo lo ocurrido allá abajo. Hasta ahora han hecho lo mismo, pero en sesiones de cinco o tres mineros y sin muchos resultados. "Nadie puede hablar en esas sesiones", dice Yonni Barrios jugando con la cruz que cuelga de su cuello. "Cualquier cosita que se le pregunte a alguien sobre lo que pasó allá abajo, y lo deja sin hablar. Nadie puede hablar".

"No necesitábamos un rescatista. Nosotros queríamos salir luego. Que mandaran tanto rescatista era solamente para demorar las cosas".
Por Arturo Galarce.
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